La nota:
A solo cuatro horas de la Ciudad de Buenos Aires existe un lugar donde el tiempo parece fluir distinto. Entre el murmullo del mar y el perfume de los pinos, Mar Azul se levanta como una de las joyas más serenas de la Costa Atlántica. Sin el ruido de las grandes ciudades ni las multitudes de los balnearios más populares, este rincón bonaerense invita a reencontrarse con lo simple: caminar descalzo, leer frente a las olas o escuchar el viento moverse entre los árboles.
Ubicado a apenas 10 kilómetros de Villa Gesell, Mar Azul combina tres escenarios perfectos: mar, médanos y bosque. Sus calles de arena, sus casas bajas y su ritmo pausado lo convierten en un refugio ideal para quienes buscan unas vacaciones sin estrés. Las cabañas de madera, las galerías con parrilla y los senderos que se abren entre los pinos crean un ambiente de calma absoluta, donde cada día termina con el crepitar del fuego y una charla al atardecer.
El origen de su nombre tiene una historia simple y poética: se debe al tono profundo y cristalino de sus aguas, que inspiró a los pioneros que en los años 40 comenzaron la urbanización del lugar. En aquel entonces, solo había dunas y viento. Hoy, ese espíritu agreste sigue vivo, aunque el pueblo creció con hoteles boutique, restaurantes de cocina artesanal y un pequeño centro comercial que conserva el encanto de lo artesanal.
Entre las actividades más elegidas se destacan las caminatas por el bosque, los paseos en bicicleta o a caballo y las escapadas al Faro Querandí, una reserva natural a pocos minutos que deslumbra con sus dunas móviles y su paisaje virgen. Para los más aventureros, los médanos son el escenario perfecto para cuatriciclos o travesías fotográficas.
Durante el día, el mar es protagonista: playas amplias, sol fuerte y espacio suficiente para disfrutar sin multitudes. Al caer la tarde, el plan es simple y perfecto: mirar cómo el sol se esconde tras los médanos con un mate o una copa de vino en la mano.
