Un fragmento de la nota de Pagina 12:
Cada tanto aparece en el libro una entrada en cursiva del narrador, de Guillermo Saccomanno, desde la casa con parque en la que viven su hija mayor junto con su compañero y sus tres hijos en Talar de Pacheco, conurbano: "Acá puedo deslizarme sereno en una prosa introspectiva, venir a esta casa me protege de mí mismo y me resulta un ámbito coraza contra los bajones que me persiguen hasta Villa Gesell".
“Cuando llegás a cierta edad mirás a los costados y te das cuenta de que te vas quedando solo en más de un aspecto, que te estás perdiendo, que se te están yendo seres muy entrañables”, dice Saccomanno desde allá, la costa atlántica, en el borde del invierno, y refiere a Mirlo: Cuadernos de la amistad, el libro que acaba de publicar. Cierta edad: nació el 9 de junio de 1948 y desde hace treinta y cinco años reparte sus días entre un departamento en el bajo porteño y otro en la Villa. “Un día me encontré tomando apuntes en un cuaderno sobre mis amigos de acá, y no los de Buenos Aires -dice-. ¿Qué nos unía? En más de un sentido, la huida. Esto de elegir un territorio tiene un lado de mentira, porque cuando huís en tu mochila cargás con los rollos del lugar que venís. Por eso cito el poema de Kavafis, que nos gustaba mucho a Juan y a mí”.
"Dijiste iré a otra ciudad, iré a otro mar./ Otra ciudad he de hallar mejor que esta. Todo esfuerzo mío es una condena escrita/ y está mi corazón,/ como un cadáver, sepultado. El pasado habrá de perseguirlo/ verá sus ruinas en todas partes".
EL OFICIO DE VIVIR
Con entradas cortas, fragmentadas, Saccomanno va entreverando escenas, compactos, bocetos, perfiles de sus amigos en Gesell, con los pensamientos que se configuran en una caminata por el bosque o la playa o en la atmósfera apacible de Talar, ideas sobre el territorio, el paso del tiempo, lo que se dialoga con los muertos, las huellas de los libros. Y así aparece el Francés, un ex montonero, arquitecto, dueño de un hotel: se conocieron en un bar en una fiesta de año nuevo, a fines de los 80, un contador de historias que aparece en varios escritos de Saccomanno. Y Pepe, librero, que cada tanto carga su combi y sale a vender libros por los caminos. Y Pablo, un exiliado psicólogo retornado que anduvo a los tumbos, predominio del cuesta abajo. Y Riqui y Patri, periodista del canal local él y maestra ella, una pareja muy querida en la Villa. Y Rosa y Julio, encargada de edificio ella y albañil él, el recuerdo de su hospitalidad y el desbarranque con el correr del tiempo. Y Adriana y sus meditaciones al amanecer, su arte para retratar y captar lo secreto, la coherencia existencial en su quehacer: se trata de la fotógrafa Adriana Lestido. Saccomanno no anota su apellido y tampoco el de Juan: Juan Forn ronda a lo largo del libro. “Ha sido mi última gran pérdida”, dice Saccomanno.
“La soledad es un amigo que no está. Este cuaderno, debo aclararlo, empieza antes de su escritura. Empieza a fines de junio, con el ánimo por el piso, hace unos días nomás, un atardecer brumoso en el departamento de un ambiente que ocupo en el Bajo. Venía de caminar por las calles desiertas y me sentía tan vacío como ellas, un escenario Gotham. Había muerto Juan”. Forn murió allá en la costa el 20 de junio de 2021, dos días después de dejar listo Yo recordaré por ustedes. “Como planteo en el libro, si el Francés era como mi hermano mayor, por carácter transitivo Juan era en cierta forma mi hermano menor -dice Saccomanno-. Pude convencerlo para que se viniera para acá, luego de que tuvo su pancreatitis. Bueno, a él y a su mujer de entonces les atrajo la propuesta, porque estaban muy acorralados por la enfermedad. También yo tuve achaques de distinto tipo en los últimos diez años, que no pienso citar ni enumerar porque no quiero entrar en el terreno de la autocompasión, algo que es fácil y extorsivo para los lectores. Y aclaro: me resisto a la literatura del yo, no me gusta, no creo que este libro incursione en eso. La literatura que a mí me interesa, aunque cuente algo personal, tiene que ser solidaria y no narcisismo disfrazado”.
“Con Juan teníamos también, y esto no puedo esconderlo, discusiones muy fuertes, enfrentamientos, porque eran como dos literaturas midiéndose -dice Saccomanno-. Creo que se produjo un cambio en él cuando vino a Gesell, su biblioteca se abrió, sus intereses cambiaron también. Siempre habíamos sentido una gran afinidad con la literatura norteamericana, y obviamente también con la rusa, pero al instalarse acá diría que su lectura de los rusos, o más bien de los eslavos, se volvió pasional. A esto lo prueban sus contratapas en el diario, que yo diría que son sus ensayos breves, un juego de géneros donde trabaja un híbrido entre ensayo, opinión y narración. A él por supuesto le importaba más lo narrativo, porque viene de ahí, pero hay algo del orden del pensamiento que está presente todo el tiempo. Y a esto lo pongo en relación con la novela acotada, porque él encara las biografías en esas contratapas desde un costado novelesco, y desarrolla ahí pequeñas épicas”.
Escribe Saccomanno: “Nos juntábamos acá, en El Náutico, este parador de playa donde vengo por las tardes a escribir un rato”. Y recuerda que, en los meses largos, otoño, invierno, primavera se juntaban a hablar largo de literatura, cotejaban bibliotecas. “La suya era mucho más ordenada, más exquisita en algún sentido -dice-. Los libros de Brodsky, Bulgakov, Elías Canetti, Danilo Kiss, los checos. Y la mía era mucho más caótica, salvaje, y Juan me decía claro, acá tenés perlas encanutadas que no tenés en Buenos Aires. Todo el tiempo nos pasábamos libros. En ese sentido, la de Juan fue la amistad más literaria que tuve. Con las previsibles disidencias, sus matices, que son fundamentales para establecer diálogos, diferencias y complicidades. Como dice Borges en sus charlas con Osvaldo Ferrari: uno de los grandes hallazgos de la cultura griega son los diálogos; los de El Banquete, por ejemplo, dice Borges, son un modelo de inicio de la cultura del diálogo. Algo fundamental en la amistad, especialmente cuando uno comparte ideas que provienen de la militancia, de experiencias crudas de la realidad. Hablo de la yeca, de tener yeca. En Gesell te juntás con gente con la que por ahí no te juntarías en Buenos Aires, acá tenés una cotidiana con el plomero o el gasista, el almacenero, tipos que se convierten en amigos tuyos y podés compartir una mesa, una cosa más horizontal que te da esto, y también menos anónima, en el sentido de que conocés al otro, convivís”.
La nota completa: https://www.pagina12.com.ar/745147-entrevista-a-guillermo-saccomanno