Por: Diego Latorre
La casa de mi abuela está justo al lado de la de Delia. Desde chico la vi ahí, firme, con esa calma tan suya, como parte del alma del barrio. Delia fue —y sigue siendo— una de esas personas que no necesitan levantar la voz para dejar huella. Su sola presencia guarda el eco de una época donde los vecinos compartían mucho más que la vereda: compartían la vida, la crianza, los valores.
Este 25 de mayo, mientras el país celebraba su historia, Delia celebró la suya: 100 años de vida. Rodeada de su hija Delia “Kiti”, de sus siete nietos, seis bisnietos, familiares y amigos, compartió un festejo íntimo pero lleno de emociones. Como si la patria también se celebrara en torno a una mesa familiar, entre torta, anécdotas y abrazos.
Delia Cardoso de Ruiz llegó a Villa Gesell desde General Madariaga junto a su esposo José y su hija. Aquí nacieron sus otros dos hijos, Daniel y Carlos. A lo largo de su vida, supo atravesar tiempos muy difíciles. Pero lo hizo con esa entereza que la define, sosteniéndose de pie por amor a los suyos, con dignidad y sin perder jamás su calidez ni su sentido del humor.
Trabajó durante muchos años en el área de limpieza de la Cooperativa Telefónica (Cotel), mientras construía, sin hacer ruido, una vida hecha de constancia, valores simples y afecto genuino. Vive todavía en su casa, en ese barrio de pioneros donde fue criando a los suyos y marcando a quienes crecimos cerca.
En su cumpleaños número cien, alguien dijo —entre risas— que había que empezar a prepararse para los próximos 100. Y no es exageración. Hay personas que son más que su historia: son parte del entramado profundo de una comunidad. Delia es una de ellas. En su mirada todavía habita una forma de entender la vida y la patria: hecha de trabajo silencioso, amor sostenido y una fortaleza que inspira.